9 de diciembre de 2011

Sin título

Para ser sincera, me perdí en un jardín hipoalergénico y ya nada vive en mí. Podría saciarme en lo excesos que cometo por recuperar la densidad de mis pensamientos, pero la honestidad me resulta sin título.
He buscado palabras, olvidando que antaño ellas me perseguían por los caminos de la locura más prístina. Quizás esa vieja costumbre de llegar a ser alguien se está comiendo mis intenciones de ser. Podría enfermar y con un febril estado permanecer el tiempo que sea necesario, la única forma de saber con certeza el camino es retroceder. Le volví a escribir a mi madre para comprender que aquí estamos, predestinados a errar y extenuarnos con explicaciones que nos delimitan.
En esta sapiencia extrañada volví a solventar el ansia de una espera infructuosa, en ausencia de muchas aristas enseño las cicatrices. Sin vectores me quedo sin ellas, por eso de vez en cuando las contemplo con deseperanza y sin saber si es correcto volver a marcarlas en caso de emergencia.
Y como la conversación se apaga después de las preguntas de rigor, me acomodo para verte actuar y el control es esquivo cuando pasan los minutos. Los cuento, pero con los números grabados en la consciencia pierdo la noción del tiempo para tragar con amargura extrema el fin del día, tan programado como siempre. Puede que conocer la muerte de la noche traiga ventajas que no puedo ver, por mientras mi teclado gentilmente llora, pido prestadas unas palabras y se apaga mi voz.