8 de agosto de 2011

Autorretrato

En un rincón, una mujer fuma y escribe. Puede parecer enigmática, tal vez solitaria, porque mientras el resto ríe, ella se abstrae en pequeñeces, cosas tan nimias que no merecen ser nombradas y que, sin embargo, hablan por sí solas. 
La ínfima  luna que atraviesa el patio va directo al café y espera unos minutos para abosrber su poder fraternal, su compañía callada, contenedor de lágrimas salinas. Mira el cielo y al piso abruptamente, ¿por qué formo parte de ambos?
La princesa que en la espera se volvió príncipe, vuelve a su rincón, a fumar y a escribir, quizás en un idioma muerto, en un dialecto aborigen, maneras de alejarse del lenguaje, siendo sólo palabra que se embarca en aventurtas imaginarias como su significado. 
Me hubiese gustado nacer de dos, quizás así hoy no moriría sola. 
La mujer se afana cada vez más, hace una pausa delicada y prosigiue, como si buscase en la tierra yerta por cerámicos helados, la clave de sus silencios. A veces, mira a todos lados en busca de un rostro amigable para contentarse con un saludo escaso, trsite balada de voces que se diluyen.
Una mujer se sienta a escribir y el mundo sigue girando. Una mujer espera que sean las tres.
Apago la pantalla y se acaba la historia de este espacio, pero en caso contrario, ésta fui yo.

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