9 de diciembre de 2011

Sin título

Para ser sincera, me perdí en un jardín hipoalergénico y ya nada vive en mí. Podría saciarme en lo excesos que cometo por recuperar la densidad de mis pensamientos, pero la honestidad me resulta sin título.
He buscado palabras, olvidando que antaño ellas me perseguían por los caminos de la locura más prístina. Quizás esa vieja costumbre de llegar a ser alguien se está comiendo mis intenciones de ser. Podría enfermar y con un febril estado permanecer el tiempo que sea necesario, la única forma de saber con certeza el camino es retroceder. Le volví a escribir a mi madre para comprender que aquí estamos, predestinados a errar y extenuarnos con explicaciones que nos delimitan.
En esta sapiencia extrañada volví a solventar el ansia de una espera infructuosa, en ausencia de muchas aristas enseño las cicatrices. Sin vectores me quedo sin ellas, por eso de vez en cuando las contemplo con deseperanza y sin saber si es correcto volver a marcarlas en caso de emergencia.
Y como la conversación se apaga después de las preguntas de rigor, me acomodo para verte actuar y el control es esquivo cuando pasan los minutos. Los cuento, pero con los números grabados en la consciencia pierdo la noción del tiempo para tragar con amargura extrema el fin del día, tan programado como siempre. Puede que conocer la muerte de la noche traiga ventajas que no puedo ver, por mientras mi teclado gentilmente llora, pido prestadas unas palabras y se apaga mi voz.

26 de octubre de 2011

Para qué escribo entonces

Una vez me dije en voz baja que escribía para ti y casi gritando que no quería que vieras la abominación que soy, matizando un poco la existencia con sinfonías que sólo querían llegar a tus oídos. Hoy, que la lejanía describe una no relación ¿para qué escribo yo entonces?
Augurios malignos se clavan en la poco experimentada retina, un lamento sin fondo se cuela en mis canciones y todo por la pérdida para la que no estoy diseñada. Porque extraviar los dientes me sale más fácil que dar vuelta la página, porque sigo arrugándola en la lenta espera de que el día acabe sin las novedades que desea mi puerta y el timbre que la secunda. Las verdades pesan y me cansan la mandíbula, retenerlas duele y lo hago con alma de masoquista, según he oído de los cohabitantes de esta burla pegajosa.
Quizás escribo aún para ti, para que te integres a lo que llamo agonía, con cariño. Sin embago, no es tan cierto porque sé que navegando por el mundo virtual lo que menos apetece es leer a una depresiva y entonando la pregunta sin fin, esta página se sigue escribiendo. Puede que sólo sea una patética forma de decir que sigo con vida, que los puñales que me clavo hacen que la sangre fluya. Una herida que no cicatriza, una tarde transformada en el sepulcro de ciertas esperanzas y si escribo, ya no es para ti.

10 de septiembre de 2011

 Ha pasado tanto tiempo que ya no sé si me lo inventé. He inventado tantas historias que ya no estoy seguro de la mía, ser un cuenta cuentos tiene sus inconvenientes; los ires y venires me han dejado solo.
Las historias de un viejo como yo no son muy entretenidas, no tuve grandes amores ni pretensiones de fama, sólo quería viajar y ganarme la vida de buena manera. Llegué a ser bastante conocido en los pueblos del país y fui feliz, creo que eso es lo importante a esta edad, reconocerse y redescubrirse como un hombre feliz. Aunque el presente no lo sea.
Es que estar de paso en todos lados no te deja amarrar los lazos, los amigos se van borrando, la familia muriendo y tu legado se queda en la palabra. Ahora sé para qué se tienen hijos, para recordarte en sus ojos. No me arrepiento de mi profesión, pero ya no sé si lo inventé.
La verdad  es que sin tener hijos biológicos. Voy  dejando en cada pueblo una parte de mi que se devuelve con una sonrisa aunque no se si lo inventé. Cada día que pasa voy perdiendo su rostro, sólo son recuerdos de recuerdos. Por primera vez alguien seguía mis andanzas y no sólo eso sino que actuaban mis cuentos, juntos eramos animas disonantes que encontraron algo en común pero no se si lo inventé.

31 de agosto de 2011

Arte feliz


De amor nadie se muere, se decía Javiera en el lecho que la vio decaer 30 días y 29 noches. Ahora, la última noche, la número 30, se daría cuenta de que la vida es relativa y que el amor también mata.
Javiera siempre se refería a Alberto como su alma gemela y jamás se les vio pelear por algo. Eran la pareja perfecta, la que todos soñamos encontrar, la que a veces llega a molestar de tanta cursilería, pero más temprano que tarde, termina. Y Javiera lo sabía, tenía conciencia de todo lo que vendría, pero sencillamente quiso experimentar el amor. Mientras Eros y Thánatos pelean, se seducen y se repelen, Javiera no quiso filosofar sobre qué es amar y, riéndose de ellos, encontró en Alberto un pololo de los más cotizados, el que te devuelve lo que le entregas sin más finalidad que dar.
Y acá se acaba la historia de amor de Javiera y Alberto, porque a quién le interesa leer una historia de amor, después de morir Dios, de caer el muro, del golpe de estado, de Baby Vamp. Creo que un buen escritor buscaría un tema menos trillado, algo más oscuro, más elaborado y si va a hablar de amor, lo haría desde el desamor. Para qué hablar de belleza cuando ya pasó de moda o de una pareja que se quiere, lo que vendría a constituir una pretenciosa arqueología del amor. Es extraño que quiera escribir y sólo se me ocurra como tema una muchacha que ama tanto que muere. Pero mejor sigo indagando en mi subconsciente.
Javiera y Alberto caminaban de la mano, su estado de facebook era “casados” y él ya tenía decidido que era la mujer de su vida. Javiera, en tanto, tenía la misma certeza, porque sabía que su ser se extinguiría antes de lo previsto.
¿Pero por qué? Le falta pasión, le falta verdad a mi cuento. Un escritor debería visualizar, hacer un mapa mental de lo que va a escribir, no se lanza sobre la hoja de papel sin destino alguno. Insisto que no tiene sentido hacer una apología de lo que es sentirse amada, si es que lo sé, y no tengo claro el porqué esta historia de amor melosa despierta mi interés. ¿Y qué pasa después? Después del amor, la soledad y después del amor de Javiera y Alberto, otros cuentos o poesía, no sé.
Javiera...ya no sé, quién me dio la autoridad para hablar de amor. Yo, que de amor sé leer, hasta cocinar me sale más fácil, y soy una mujer moderna (o sea que no sabe cocer un huevo). Javiera, en cambio, la visualizo como una mujer que piensa en Alberto durante la clase y le hace postres ricos para el almuerzo. Él, en tanto, le regala flores que recoge del jardín. Son felices juntos...pero la felicidad no vende, es el drama, el sufrimiento el que se lleva las monedas a fin de cuentas. Podría no importarme eso y vivir de las limosnas, todo por mi arte feliz, pero no me da para tanto. Eso sí, sería original en el 2011 hacer arte feliz. En todo caso, es raro escribir el desarrollo si ya les conté el final, no más suspenso, el arte feliz promulga que de ahora en adelante...me callo.

27 de agosto de 2011

Salta la madre del cordero a cobijar a su ternero.
Gritos destemplados de los que ya no tienen lengua. Me viene el afán guerrillero, el alma empuña el brazo y juro que nunca más, que vengaré con sangre la sangre, que el pueblo armado jamás será aplastado y aquí, sola, muevo las piezas de una sociedad libre. Y pienso que aportando desde lo que soy puedo mover los engranajes de una maquinaria perversa. Pero un poema, un poemario, un cuento o una novela escrita durante la vida entera, no cambiarán que esta noche gente sin rostro temblarán de frío, de hambre y de humillación.
Prosigo con mi movimiento revolucionario, ya hemos ocupado Santiago, por la fuerza si fue necesario, organizando la comuna. Miro la tele y los vestigios de un pasado no vivido se cuela por mis venas en la lumbre de una estufa.
Me doy verguenza, ser hija de la comodidad invalida mis intenciones y las marcas de la tortura las llevo en la médula.
Tortura, muerte, desapariciones. Las llevo pegadas a los huesos, me pesan como si en una descarga eléctrica hubiese nacido. Y escribo panfletos mal articulados, clamando justicia, libertad.
Vienen los comerciales y aprovecho para tomarme una a una estas pastillas, me harán efecto en media hora y entonces habré terminado de ver la tele, dormiré en una cama mal hecha y mi espíritu guerrillero me dirá de nuevo que gritar sola no prospera. Mañana en  la mañana...¿se me habrá olvidado?

26 de agosto de 2011

Para ti

Aprender a la mala, sin querer queriendo. Porque habría dado las córneas por demostrarle a las fuerzas de la naturaleza que hay un para siempre. En cambio, tengo mi vista y un corazón despedazado que, a pesar de la lección, se volverá a equivocar.
Para qué hacer una oda de tu boca escurridiza si ya no me sale a encontrar por las mañanas. O quizás a tu espalda si tu piel ya no me acariciará. Debo hacer odas a cosas tontas como los perros y los gatos, quizás así pase a la fama y leas lo que tengo atragantado, lo que se me escapa cuando las teclas empiezan a bailar solas.
Las balanzas nunca me han jugado a favor, no será esta la excepción. Es difícil decir di más de lo que recibí, es poco altruista, pero como ser santa no es mi meta, voy a declarar que amé esperando amor de vuelta. En cambio, tengo mi vista y un corazón despedazado, que ya no tiene reclamos que proferir.
Arranco, lo sé, pero es el impulso que necesitaba para volar, para despegarme de esta miel espesa que es tu alma. Aquí toca el adiós, te amé y todo esa verborrea blasfema. Todo espacio vacío es potencialmente un lugar donde acurrucarme y si quieres visitar mi espacio, serás la visita mejor recibida, pero será por un rato, porque acá se bifurca el camino.
Buena suerte y hasta luego.


24 de agosto de 2011

Es olvido

Disparé. No me tembló la conciencia, sólo un poco la mano, nada descontrolado, una bala, nada más. A mi favor debo decir que Eulogio lo sabía y me dijo: María Luisa, no lo hagas (frase que delata su conocimiento de causa). En verdad, da lo mismo cómo lo conocí o qué hicimos juntos, si nos amamos o no. Pasión hubo y es lo que importa, las decisiones fueron tomadas con las entrañas, para su mala suerte.
Escribí tantas veces sobre la muerte que la mía se hace poco digerible. Mis protagonistas luchaban contra esa soledad despiadada de morir en vida y yo, mientras estoy en una cama de hospital, soy perseguida por todas ellas. Quizás se estén vengando del destino que les escribí, estén gritándome que su vida es la mía, tantas veces reflejada en ellas. Como si plasmando el miedo, éste se fuera lejos y no me pudiera alcanzar.
La cárcel no es tan mala si la comparamos con el despecho contenido. Eulogio, en esa habitación de hotel, por primera vez fuiste mío, la bala te marcó de mi propiedad. Sólo yo tengo tu vida en mis manos y es mía por siempre, qué importa la cárcel ahora. Posiblemente ser alegue demencia temporal, pero nunca estuve más lúcida que cuando disparé.
“Me asalta la visión de mi cuerpo desnudo y extendido sobre una mesa en la Morgue. Carnes mustias y pegadas a un estrecho esqueleto, un vientre sumido entre las caderas...El suicidio de una mujer casi vieja, ¡qué cosa repugnante e inútil!”
Esta habitación, tan añeja como yo, está mejor cuidada que mis vísceras. Recuerdo cuando esas palabras salieron de mi pluma. Quién iba a decir que estando olvidada y enferma resonarían con eco en mi cabeza. Para qué suicidarse ahora que la muerte me está persiguiendo, quizás para hacer que el destino sea mío, pero nunca he sido tan pretenciosa. Dónde están los premios y las personas. Se diluyeron con la última copa, aunque no estoy segura, puede que haya sido mucho antes, incluso con el primer whisky.
Escribir ¿para qué? Para educar, para moralizar, para entretener...para no morir, para no olvidar. Qué fin tuvo todo esto, la soledad sólo se quiebra cuando mis mujeres se sientan a mi lado. La amortajada sigue esperando la sepultura y la niebla se hace cada vez más espesa, María Griselda también toma su lugar alrededor de esta cama de hospital, todas asisten al espectáculo de mi muerte.
Eulogio me está esperando, con un revólver seguramente, para vengarse de haberlo sometido al olvido. El Crillón pasará a la historia, me deberían haber recompensado.
Sin vida en una cama de hospital, donde habrá muchos seres más agonizando. Es hora de que mis mujeres y yo nos vayamos. Confío que ese árbol que crece inmutable va a ser visto por otra y ella se identificará con sus ramas y sus colores. El resto es olvido.

18 de agosto de 2011

Quiero escribir un cuento


¿Qué cree usted?

Cuando despertó esa mañana las excusas del día anterior le parecían más tontas de lo que eran. Aún así, decidió volver para cerciorarse de que seguía existiendo el lugar donde había crecido, el lugar donde las huellas de su vida empezaron a marcarse firme en el pavimento del camino, porque siempre pensó que a estas alturas de la humanidad, lo menos que podían haber hecho los que nos heredaron el mundo es haberlo pavimentado. Miró su cuerpo y los vestigios del día anterior latieron en sus sienes, el dolor era intenso, pero sabía que la costumbre es el peor amigo de los dolores y que con el pasar de las horas la cosa se haría tan habitual que no la sentiría.
Podríamos escaparnos -pensó, pero ya no había vuelta atrás.
Constanza, la de siempre, seguía mirando la ventana. Estaba muerta, sin alma, recta como siempre, como los principios que había sostenido con convicción. Ya no se preguntaba qué haría, sino cómo lo haría. Al ver a Raúl por la ventana, volvió a tener sentido el día, un mal sentido, pero sentido al fin. Trató de disimular su cara, una expresión de amor sin fin y de culpa infinita la delataban y, a pesar de querer abrirle la puerta, inmutada esperó que su madre lo hiciera. Un rencor se le escapaba por la vista contra la mujer que los había hecho inseparables, que los había unido desde el principio.
Entró y los ojos se le nublaron. Instintivamente miró a Constanza, olvidando que habían sido descubiertos. En definitiva, debería ser para mejor, siempre la verdad debía ser la mejor carta a jugar, pero en su caso, sólo podía agachar la cabeza ante el horror. Se le quedó el amargo sabor de esa palabra, horror, en la boca. Por qué uno siente horror: por las matanzas, por lo feo, lo monstruoso. Y esto era amor...
Raúl y Constanza se conocían desde siempre, lloraron juntos por la leche y más grandes fueron juntos al jardín infantil. En ese momento se dieron cuenta de que eran distintos, porque los niños a esa edad tenían amigos de su mismo sexo, pero a ellos no les importaba eso, el sexo vino a ser una preocupación sólo después de los catorce, cuando los indicios del crecimiento eran inminentes y ya no podían ser omitidos por las hormonas. Sabían que estaba mal acostarse juntos a esa edad, pero era su costumbre y las piezas contiguas lo hacían un oscuro secreto. Tan oscuro que cuando Constaza quedó embarazada sólo pensaron en que el embrión estaba muerto. Pero la segunda vez, su madre logró detectar antes de tiempo el accidente y ya no hubo marcha atrás.
Cuando nació Max y en vista de que no tenía padre, sus abuelos lo adoptaron y nunca más se habló del asunto. Ahora eran tres hermanos, el pequeño Max y los mellizos Constanza y Raúl, quienes jamás se relacionaron con el hermanito, excusando la diferencia de edad y dejando de lado la culpa, que los había perseguido durante años y que nunca se movería de sus lechos.
Esa noche, como si por primera vez lo hubiesen hecho, se besaron y apasionados subieron a la habitación para desvestirse con vehemencia, como si sus dedos no se encontraran en territorio conocido, tantas veces explorado y conquistado. Pero Max, ya en sus diez años, no era tonto y siempre sospechó de la extraña complicidad de sus hermanos, por lo que al entrar husmeando no se sorprendió para nada. Pero sus padres sí lo hicieron y llorando desconsolados, echaron a Raúl de la casa.
Al aparecer por la ventana, Constanza no supo qué hacer. Ya tenían veinticinco años y podían irse al fin del mundo si lo hubiesen deseado con el alma. Pero nadie más dijo una sola palabra y las excusas del día anterior no fueron necesarias, pues sus padres lo invitaron a pasar, le sirvieron café con galletas y Max calló la historia. De hecho, supo hace poco la verdad de sus padres y me lo contó llorando, mientras adornaba la pieza de mi bebé. Espero que salga si problemas genéticos, pero si mi esposo salió sin defectos, no creo que le pase nada. ¿Qué cree usted?




8 de agosto de 2011

La literatura como mal universal (y personal)

Se me cae la tarde por los hombros, lenta, pausada, cadencioso susurro que se aleja. Solía tener un recolector de sonrisas, un atrapa sueños privado, una malicia incorporada a estos espacios en blanco, si es que existe el blanco y no es la construcción que me hice de la nada para no llenar de negro la vida mía.
Aún así, bien encaminada, sobreviviente de un naufragio injusto, obstaculizada por las piedras que me até a los tobillos para hacer el viaje más interesante. Quería ser yo, acomodar mi realidad en su justa medida, optar por jugar Rayuela y tildada Dulcinea hacerme a los caminos, inspirar grandes hazañas para luego desvanecerme en la penumbra de un sueño. Contrariar a los dioses, morir de amor, vestir de sangre los pliegos de mi falda. Cómo culpar a Quijano de querer vivir, no tener que vivir.
Y heme aquí, en una trivial sala de computación que se agranda mientras entran las personas que no conozco, quizás por un desinterés magistral que me consume.
Se me cae el sol por la mirada. La luz eléctrica me produce la jaqueca del querer ser obstruido por el tener que ser. Y si me fugo por la noche, salgo por la puerta trasera, me encuentro con Cervantes que me arrastra del brazo por el inframundo o sólo invento otra historia que narrar a fin de contar una verdad disfrazada. Si le escribo un poema a la mirada fugaz del encuentro casual de dos ojos que no se buscaron.
Creo que la literatura le hace mal al alma, ¿o no Señor Alonso?

Autorretrato

En un rincón, una mujer fuma y escribe. Puede parecer enigmática, tal vez solitaria, porque mientras el resto ríe, ella se abstrae en pequeñeces, cosas tan nimias que no merecen ser nombradas y que, sin embargo, hablan por sí solas. 
La ínfima  luna que atraviesa el patio va directo al café y espera unos minutos para abosrber su poder fraternal, su compañía callada, contenedor de lágrimas salinas. Mira el cielo y al piso abruptamente, ¿por qué formo parte de ambos?
La princesa que en la espera se volvió príncipe, vuelve a su rincón, a fumar y a escribir, quizás en un idioma muerto, en un dialecto aborigen, maneras de alejarse del lenguaje, siendo sólo palabra que se embarca en aventurtas imaginarias como su significado. 
Me hubiese gustado nacer de dos, quizás así hoy no moriría sola. 
La mujer se afana cada vez más, hace una pausa delicada y prosigiue, como si buscase en la tierra yerta por cerámicos helados, la clave de sus silencios. A veces, mira a todos lados en busca de un rostro amigable para contentarse con un saludo escaso, trsite balada de voces que se diluyen.
Una mujer se sienta a escribir y el mundo sigue girando. Una mujer espera que sean las tres.
Apago la pantalla y se acaba la historia de este espacio, pero en caso contrario, ésta fui yo.