15 de octubre de 2014

Sobre las puertas

Una puerta es un espacio incierto. No es ni adentro ni afuera, es un intermedio.
Yo le tengo fobia a las puertas, a la posibilidad que atisba esperanzas lastimeras.
¿Qué hay más lastimero que abrir la puerta en la espera, en el suspenso sin límites de mi imaginación?
Una puerta es cruel y mezquina. Es la manera que tiene la estructura de dejarte caer en las profundidades de una desolación que empieza en los pies planos, pasa por piernas chuecas, por sexos lacios, por estómagos flácidos, tetas grasosas, cuellos de almeja, cerebros medicados. 
Una puerta se ríe de mí cada vez que la abro.
Una puerta llora cada vez que la cierro.
Yo le tengo fobia a las puertas.

De vuelta y vuelta

Puede que valga la pena.
me dije la primera vez que sentí que se me escabullía la sangre por la piel rota.
Ojalá valga la pena.
me repetí de nuevo, mientras lloraba frente al espejo.
No vale la pena
intento decir ahora que me miras y yo trato de no mirarte de vuelta.
A veces, no sé si esta pena, finalmente, tiene justificación. Podría enumerar razones de manera exponencial y llegar a la conclusión de que las cosas inconmensurables no hay para qué intentar numerarlas. 
La pena se instala cuando miro la tele y me acuerdo de que no tengo nada que hacer.
Cuando se vuelan los pájaros en mi memoria.
Cuando intento reconstituir mi cuerpo pintando marcas textuales que remitan a algo, lo que sea.
Cuando intento decir a gritos y no hay palabras, sólo gemidos lastimeros esta noche. 
Cuando me acuerdo que no soy yo, que soy prestada, que no importa. 
Cuando me doy cuenta de que no tengo talento, que estoy vieja, que estoy muerta.
Cuando miro para al lado y todos están durmiendo y miro para adelante y la luz no me deja discernir nada.
Cuando alguien dice amor, amistad, nunca más, para siempre.  

3 de julio de 2012

¿Poesía eres tú?

Ubicar poesía callejera en los barrios de Providencia es un arte que se construye a pedazos, paralitica aventura sin norte, para alimentar tanto hueso. De mano en mano fueron circulando los primeros orgasmos sin culpa, los andares descalzos en invierno, la palabra desencanto se perdió por la alcantarilla.
Vivir poesía es un arte de grandes vates muertos, de antaños que no tengo, de diccionario de bolsillo. Comer verso por verso no llena la guata y menos la cuenta vista. Quizás por eso quedamos tan pocos gritando ¡poesía eres tú! mientras escondemos la cara en una profesión incompleta, en un rolls social de pescado, en un universo paralelo.
Y así caminamos por las ciclo-vías, vergüenza al hombro, porfiadamente por donde no debemos, por donde pasan los skaters y las mañanas se despueblan los esmerados. Precoces, violentos y apasionados (rolleros de vez en cuando) nos han tildado de a poco, por la cremallera se han bajado los sentimientos que ya pasaron de moda. 
Y seguimos gritando uno sobre otro, sobre el cielo, sobre el sol...y otros subtemas relacionados a nada en concreto, pero poesía eres tú nos reímos de vez en cuando. ¿Qué eres poesía? Una madrugada conversando con la almohada para contarnos la vida sin perderla entre medio. Una voz me dijo un día que la poesía era morir en el intento, dar los ojos por encargo y seguir mirando profundo. Crecí pensando en eso, en que renunciar no era posible y acá estoy renunciando a ti cada día, denostando el aire por intenciones malditas, por momentos imprecisos, porque ya no sé escribir.
Una vez me enamoré y la luna se perdió en la lejanía, las palabras se hicieron mezquinas y hoy me pregunto si volverán a ser lo que una vez fueron, musas de poemas desencajados, canales de infortunios precarios. ¿poesía eres tú? y busco una respuesta en la lentitud de mi tarde, mientras el sol se burla de mis preguntas infalibles. Poesía se fue dando saltos mientras bajaba la escalera y yo me fui quedando muda de oscuridades malentendidas, por eso me confundo y lloro a veces. Porque la poesía no sabe que es poema ni que es vanguardia...y cuando me pregunta no sé qué responder.

7 de junio de 2012

Palabra


A pulso, a nombre desaparecido, me fui haciendo de pequeñas estelas de sonido ronco y no morder la noche desnuda, podría ser la noche, que pasó por mi silueta aun en llamas para no llorar la espera, gemir lo necesario y coronar la madrugada con media tintas.
Necesario, todo se vuelve espeso, retorcido como la náusea que acomete mañanas enteras en partes desiguales, fragmentación indecente, de huesos que quieren crecer antes de ser polvo. Podría convertir en razón momentánea los besos, si fuera una amonestación silenciosa, no está sonajera de pasajes, de intenciones pervertidas.
Mentiras inconclusas bajo prismas engañosos, la mitad no es suficiente y por detrás se levanta un nuevo siglo, el entendimiento escaso se vuelve problema, conciencia del fracaso extremando las posibilidades ajenas. Posiblemente arrepentida de actos inhumanos, gatos que se acomodan a la memoria del sublime momento que siempre ha de acaecer, lógica común de liceo municipal, entre rejas se presumían tomadas de la mano, soltada sin querer.
Calmantes promesas, no olvidar.  Reanudar la búsqueda, la permanente espera de la sangre que no llega. Porque estancados estamos varios, no hay patrimonio que valga y andar arrastrado las sonrisas durante solsticios resulta trabajoso, en el mal sentido de la palabra, palabra. 

13 de abril de 2012

Un pequeño relato


(Perdón, faltan algunos tildes, pero el pc no me deja ponerlos. Espero entiendan)


La expresión de su rostro era el mismo todas las mañanas. Pensaba que llegaría tarde a la U, pero era lo que pensaba siempre cuando veía pasar de largo las micros llenas. La gente empezaba a aglomerarse, los segundos se volvían espesos, haciéndose sentir con fuerza de tal modo que diez minutos eran una eternidad santiaguina. Ese era el. Y ella, que siempre andaba contra el tiempo, se figuraba perdiendo la primera hora de clases en la inspectoría, lo que significaba dormir un rato mas. Lo de siempre, un reto, una anotación, nada relevante. Lo busco con una mirada disimulada que él no habría descubierto jamás, por mucho que ella moviera sus pestañas, siempre coqueta. Era algo inconsciente, obvio, nadie busca ser tan evidente y ese movimiento era delator. Algunas mañanas, la esperanza absurda renacía. Confusas situaciones, clarísimas para ella, le decían que era una atracción mutua. Podría haber sido, no lo sé. Dos extraños en una multitud cruzan una palabra  cortes y el mundo gira distinto.

La historia, que nunca es una, sigue así:

Ella lo mira en la micro, camino al metro. Todas las mañanas son la mañana, el momento en que un intercambio de ¿me puedes dar la pasada? se extendería y tendría por fin la oportunidad de saber su nombre, su messinger, buscarlo en facebook, meterle conversa y que las cosas se dieran.
El mira por la ventana, preguntándose si haría calor o frío ese otoñal día. Ojala hiciera frío, sino tendría que andar con el chaleco en la mano y que paja.
Entonces ella se baja de la micro, camina hacia el metro y recuerda que no ha cargado el pase escolar. Se detiene en la boletería que colapsa, otra vez. Mecánica, gira el torniquete, baja las escaleras y ahí está el.

Que importa, todos tenemos encuentros fugaces con el amor. Amor, palabra fuerte para algunos, se expresa siempre diferente. Te gusta alguien en el paradero o conversas con alguien en la disco y hay una chispa que se enciende. Yo creo que es amor, no a la persona que tienes al frente necesariamente, quizás a la situación y al nerviosismo de darte a conocer, amor. Puede durar el rato, puede durar un poco más.

Me gustaría decir que ella se animo a saludarlo y él respondió amablemente, aunque por dentro se dijo que onda esta pendeja. Y que al otro día la miro bien y la encontró bonita, porque ella era muy bonita. Solo por eso la saludo. Que conversaron hasta que ella se bajo en Manuel Montt. Llego a contarles a sus amigas que estaba enamorada y a reírse de su pueril afirmación. Que él se quedo pesando en ella el resto del camino y se puso en el caso de que resultara algo más y, sin quererlo, se sonrió. 

Seria bonita una historia así, como mágica, sin finales. Los finales son tristes, son términos. Y esta historia seria bonita, porque es la prueba de que mis deseos están a la vuelta de la esquina, justo donde espero la micro.

9 de diciembre de 2011

Sin título

Para ser sincera, me perdí en un jardín hipoalergénico y ya nada vive en mí. Podría saciarme en lo excesos que cometo por recuperar la densidad de mis pensamientos, pero la honestidad me resulta sin título.
He buscado palabras, olvidando que antaño ellas me perseguían por los caminos de la locura más prístina. Quizás esa vieja costumbre de llegar a ser alguien se está comiendo mis intenciones de ser. Podría enfermar y con un febril estado permanecer el tiempo que sea necesario, la única forma de saber con certeza el camino es retroceder. Le volví a escribir a mi madre para comprender que aquí estamos, predestinados a errar y extenuarnos con explicaciones que nos delimitan.
En esta sapiencia extrañada volví a solventar el ansia de una espera infructuosa, en ausencia de muchas aristas enseño las cicatrices. Sin vectores me quedo sin ellas, por eso de vez en cuando las contemplo con deseperanza y sin saber si es correcto volver a marcarlas en caso de emergencia.
Y como la conversación se apaga después de las preguntas de rigor, me acomodo para verte actuar y el control es esquivo cuando pasan los minutos. Los cuento, pero con los números grabados en la consciencia pierdo la noción del tiempo para tragar con amargura extrema el fin del día, tan programado como siempre. Puede que conocer la muerte de la noche traiga ventajas que no puedo ver, por mientras mi teclado gentilmente llora, pido prestadas unas palabras y se apaga mi voz.

26 de octubre de 2011

Para qué escribo entonces

Una vez me dije en voz baja que escribía para ti y casi gritando que no quería que vieras la abominación que soy, matizando un poco la existencia con sinfonías que sólo querían llegar a tus oídos. Hoy, que la lejanía describe una no relación ¿para qué escribo yo entonces?
Augurios malignos se clavan en la poco experimentada retina, un lamento sin fondo se cuela en mis canciones y todo por la pérdida para la que no estoy diseñada. Porque extraviar los dientes me sale más fácil que dar vuelta la página, porque sigo arrugándola en la lenta espera de que el día acabe sin las novedades que desea mi puerta y el timbre que la secunda. Las verdades pesan y me cansan la mandíbula, retenerlas duele y lo hago con alma de masoquista, según he oído de los cohabitantes de esta burla pegajosa.
Quizás escribo aún para ti, para que te integres a lo que llamo agonía, con cariño. Sin embago, no es tan cierto porque sé que navegando por el mundo virtual lo que menos apetece es leer a una depresiva y entonando la pregunta sin fin, esta página se sigue escribiendo. Puede que sólo sea una patética forma de decir que sigo con vida, que los puñales que me clavo hacen que la sangre fluya. Una herida que no cicatriza, una tarde transformada en el sepulcro de ciertas esperanzas y si escribo, ya no es para ti.

10 de septiembre de 2011

 Ha pasado tanto tiempo que ya no sé si me lo inventé. He inventado tantas historias que ya no estoy seguro de la mía, ser un cuenta cuentos tiene sus inconvenientes; los ires y venires me han dejado solo.
Las historias de un viejo como yo no son muy entretenidas, no tuve grandes amores ni pretensiones de fama, sólo quería viajar y ganarme la vida de buena manera. Llegué a ser bastante conocido en los pueblos del país y fui feliz, creo que eso es lo importante a esta edad, reconocerse y redescubrirse como un hombre feliz. Aunque el presente no lo sea.
Es que estar de paso en todos lados no te deja amarrar los lazos, los amigos se van borrando, la familia muriendo y tu legado se queda en la palabra. Ahora sé para qué se tienen hijos, para recordarte en sus ojos. No me arrepiento de mi profesión, pero ya no sé si lo inventé.
La verdad  es que sin tener hijos biológicos. Voy  dejando en cada pueblo una parte de mi que se devuelve con una sonrisa aunque no se si lo inventé. Cada día que pasa voy perdiendo su rostro, sólo son recuerdos de recuerdos. Por primera vez alguien seguía mis andanzas y no sólo eso sino que actuaban mis cuentos, juntos eramos animas disonantes que encontraron algo en común pero no se si lo inventé.

31 de agosto de 2011

Arte feliz


De amor nadie se muere, se decía Javiera en el lecho que la vio decaer 30 días y 29 noches. Ahora, la última noche, la número 30, se daría cuenta de que la vida es relativa y que el amor también mata.
Javiera siempre se refería a Alberto como su alma gemela y jamás se les vio pelear por algo. Eran la pareja perfecta, la que todos soñamos encontrar, la que a veces llega a molestar de tanta cursilería, pero más temprano que tarde, termina. Y Javiera lo sabía, tenía conciencia de todo lo que vendría, pero sencillamente quiso experimentar el amor. Mientras Eros y Thánatos pelean, se seducen y se repelen, Javiera no quiso filosofar sobre qué es amar y, riéndose de ellos, encontró en Alberto un pololo de los más cotizados, el que te devuelve lo que le entregas sin más finalidad que dar.
Y acá se acaba la historia de amor de Javiera y Alberto, porque a quién le interesa leer una historia de amor, después de morir Dios, de caer el muro, del golpe de estado, de Baby Vamp. Creo que un buen escritor buscaría un tema menos trillado, algo más oscuro, más elaborado y si va a hablar de amor, lo haría desde el desamor. Para qué hablar de belleza cuando ya pasó de moda o de una pareja que se quiere, lo que vendría a constituir una pretenciosa arqueología del amor. Es extraño que quiera escribir y sólo se me ocurra como tema una muchacha que ama tanto que muere. Pero mejor sigo indagando en mi subconsciente.
Javiera y Alberto caminaban de la mano, su estado de facebook era “casados” y él ya tenía decidido que era la mujer de su vida. Javiera, en tanto, tenía la misma certeza, porque sabía que su ser se extinguiría antes de lo previsto.
¿Pero por qué? Le falta pasión, le falta verdad a mi cuento. Un escritor debería visualizar, hacer un mapa mental de lo que va a escribir, no se lanza sobre la hoja de papel sin destino alguno. Insisto que no tiene sentido hacer una apología de lo que es sentirse amada, si es que lo sé, y no tengo claro el porqué esta historia de amor melosa despierta mi interés. ¿Y qué pasa después? Después del amor, la soledad y después del amor de Javiera y Alberto, otros cuentos o poesía, no sé.
Javiera...ya no sé, quién me dio la autoridad para hablar de amor. Yo, que de amor sé leer, hasta cocinar me sale más fácil, y soy una mujer moderna (o sea que no sabe cocer un huevo). Javiera, en cambio, la visualizo como una mujer que piensa en Alberto durante la clase y le hace postres ricos para el almuerzo. Él, en tanto, le regala flores que recoge del jardín. Son felices juntos...pero la felicidad no vende, es el drama, el sufrimiento el que se lleva las monedas a fin de cuentas. Podría no importarme eso y vivir de las limosnas, todo por mi arte feliz, pero no me da para tanto. Eso sí, sería original en el 2011 hacer arte feliz. En todo caso, es raro escribir el desarrollo si ya les conté el final, no más suspenso, el arte feliz promulga que de ahora en adelante...me callo.

27 de agosto de 2011

Salta la madre del cordero a cobijar a su ternero.
Gritos destemplados de los que ya no tienen lengua. Me viene el afán guerrillero, el alma empuña el brazo y juro que nunca más, que vengaré con sangre la sangre, que el pueblo armado jamás será aplastado y aquí, sola, muevo las piezas de una sociedad libre. Y pienso que aportando desde lo que soy puedo mover los engranajes de una maquinaria perversa. Pero un poema, un poemario, un cuento o una novela escrita durante la vida entera, no cambiarán que esta noche gente sin rostro temblarán de frío, de hambre y de humillación.
Prosigo con mi movimiento revolucionario, ya hemos ocupado Santiago, por la fuerza si fue necesario, organizando la comuna. Miro la tele y los vestigios de un pasado no vivido se cuela por mis venas en la lumbre de una estufa.
Me doy verguenza, ser hija de la comodidad invalida mis intenciones y las marcas de la tortura las llevo en la médula.
Tortura, muerte, desapariciones. Las llevo pegadas a los huesos, me pesan como si en una descarga eléctrica hubiese nacido. Y escribo panfletos mal articulados, clamando justicia, libertad.
Vienen los comerciales y aprovecho para tomarme una a una estas pastillas, me harán efecto en media hora y entonces habré terminado de ver la tele, dormiré en una cama mal hecha y mi espíritu guerrillero me dirá de nuevo que gritar sola no prospera. Mañana en  la mañana...¿se me habrá olvidado?