(Perdón, faltan algunos tildes, pero el pc no me deja ponerlos. Espero entiendan)
La expresión de su rostro era el mismo todas las mañanas.
Pensaba que llegaría tarde a la U, pero era lo que pensaba siempre cuando veía
pasar de largo las micros llenas. La gente empezaba a aglomerarse, los segundos
se volvían espesos, haciéndose sentir con fuerza de tal modo que diez minutos
eran una eternidad santiaguina. Ese era el. Y ella, que siempre andaba contra
el tiempo, se figuraba perdiendo la primera hora de clases en la inspectoría,
lo que significaba dormir un rato mas. Lo de siempre, un reto, una anotación,
nada relevante. Lo busco con una mirada disimulada que él no habría descubierto
jamás, por mucho que ella moviera sus pestañas, siempre coqueta. Era algo
inconsciente, obvio, nadie busca ser tan evidente y ese movimiento era delator.
Algunas mañanas, la esperanza absurda renacía. Confusas situaciones, clarísimas
para ella, le decían que era una atracción mutua. Podría haber sido, no lo sé.
Dos extraños en una multitud cruzan una palabra
cortes y el mundo gira distinto.
La historia, que nunca es una, sigue así:
Ella lo mira en la micro, camino al metro. Todas las mañanas
son la mañana, el momento en que un intercambio de ¿me puedes dar la pasada? se extendería y tendría por fin la
oportunidad de saber su nombre, su messinger, buscarlo en facebook, meterle
conversa y que las cosas se dieran.
El mira por la ventana, preguntándose si haría calor o frío
ese otoñal día. Ojala hiciera frío, sino tendría que andar con el chaleco en la
mano y que paja.
Entonces ella se baja de la micro, camina hacia el metro y
recuerda que no ha cargado el pase escolar. Se detiene en la boletería que
colapsa, otra vez. Mecánica, gira el torniquete, baja las escaleras y ahí está
el.
Que importa, todos tenemos encuentros fugaces con el amor.
Amor, palabra fuerte para algunos, se expresa siempre diferente. Te gusta
alguien en el paradero o conversas con alguien en la disco y hay una chispa que
se enciende. Yo creo que es amor, no a la persona que tienes al frente
necesariamente, quizás a la situación y al nerviosismo de darte a conocer,
amor. Puede durar el rato, puede durar un poco más.
Me gustaría decir que ella se animo a saludarlo y él
respondió amablemente, aunque por dentro se dijo que onda esta pendeja. Y que al otro día la miro bien y la encontró
bonita, porque ella era muy bonita. Solo por eso la saludo. Que conversaron
hasta que ella se bajo en Manuel Montt. Llego a contarles a sus amigas que
estaba enamorada y a reírse de su pueril afirmación. Que él se quedo pesando en
ella el resto del camino y se puso en el caso de que resultara algo más y, sin
quererlo, se sonrió.
Seria bonita una historia así, como mágica, sin finales. Los
finales son tristes, son términos. Y esta historia seria bonita, porque es la
prueba de que mis deseos están a la vuelta de la esquina, justo donde espero la
micro.